Con el nombre de su pescadería quería reírse de su “locura”: no sabía distinguir una anchoa de un boquerón, y así, con esos mimbres, se metió en el mundo de la venta de pescado.
Tiene una energía envidiable que proyecta en los demás con una alegría contagiosa.
Su trayectoria profesional estuvo ligada a la moda, pero en el corazón del Parque Natural de Cabo de Gata, en San José, identificó otras oportunidades de negocio. Montó un pequeño mercado donde no podía faltar el pescado fresco y se rodeó de gente que pudiera enseñarle.
Su carácter emprendedor no le permitió resignarse a la estacionalidad a la que se ven sometidos los negocios en las áreas turísticas, así que ideó la manera de mantener el negocio abierto todo el año.
De este modo surge el proyecto “La Palmera”, un espacio gastronómico donde comprar carne y pescado con la posibilidad de degustarlo “in situ” o llevártelo a casa. Es un lugar acogedor y muy agradable, con mucha atención a los detalles. Pero lo mejor, con diferencia, el ambiente que Raquel genera en su equipo de trabajo. Parecen un grupo de amigos con un proyecto común, aunque se nota que detrás hay muchísimo trabajo, disciplina y sobre todo, ganas de quedarse.