María del Mar trabaja en un puesto en el mercado de abastos del barrio almeriense de Los Ángeles. Lleva el pescado en las venas porque su padre era arriero y en ese mundillo conoció al hombre que después fue su marido, y que también se dedicaba a la venta de pescado.
Ella se dedicó al cuidado de los hijos y de los abuelos, pero en cuanto pudo se puso al frente del negocio. Le encanta su clientela, con la que conserva relación de muchos años. Algunos de ellos vienen desde el otro extremo de la ciudad para comprarle a ella el pescado. Eso le llena de satisfacción, porque sabe que es por el producto pero también por el trato que les da. Lo que más le costó fue coger “maña” con las diferentes presentaciones del pescado, pero tiene voluntad así que aprendió rápido. Las personas que han comido buen pescado y bien preparado saben luego como presentárselo a los demás y ella aprendió de los mejores
Tiene una magnífica relación con sus compañeros del mercado. Todos hablan bien de ella, e incluso, le regalan flores para que adorne su puesto.